Homenaje a Amanda Mayor, a tres años de su fallecimiento
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Porque así como desde su lucha cotidiana supo pedir justicia por todos los desaparecidos, como artista plástica, su obra es un registro más de su preocupación por la memoria, la verdad y su compromiso en la búsqueda de justicia.
Batalló por justicia para cada uno de los familiares de las víctimas de la horrenda Masacre de Margarita Belén, donde fue asesinado su hijo Fernando Piérola. Amanda Mayor era una de ellas y nunca tuvo un rol pasivo.
Fue de las primeras personas que se puso al frente de la causa judicial en el Chaco; tuvo la loca ocurrencia de pintar un mural inmenso en el Aula Magna de la Universidad Nacional del Nordeste, en Resistencia, adonde había asistido su hijo, con la imagen de un cura presenciando la sesión de tortura y que provocó la inmediata reacción de la Iglesia, que acudió a la Justicia para hacer borrar esa imagen; hasta que en 2004, luego de pintadas y despintadas, se le permitió ubicar nuevamente la figura en el mural. En los últimos años, pasó buena parte de sus días en esa provincia, peleando cada paso del expediente.
Amanda no pudo encontrarse con los restos de su hijo Fernando, porque todavía siguen las investigaciones para determinar dónde fueron sepultados esos jóvenes acribillados en la madrugada del 13 de diciembre de 1976. Pero su integridad, su lucha y su fuerza nos empujan a no cejar en la búsqueda ni abandonar los valores que nos inculcó con su lucha.
Juro
Tu figura se iba perdiendo en la distancia.
Te vi partir, llevabas la guitarra, tu equipaje
y caminabas erguido , mostrando tu elegancia,
llena la cabeza de sueños y bagajes.
Me dejaste tu voz, cantando en mis oídos,
calmando mi tristeza como un trino.
Transformaste alegremente en alegría el ruido
y la risa fue burbuja, néctar, vino.
Me dejaste tus manos, delgadas, suaves,
pegadas a mi cara en la ternura,
metiéndose en mis poros como aves,
buscando abrigo y protección segura.
Me dejaste tus ojos, vivos, puros,
metidos muy adentro de los míos,
por eso llegaré a lugar seguro
y navegaré con ellos por mil ríos.
Me dejaste tu lucha muy metida
En el torrente de mi sangre.
No puedo detener mi marcha dolorida
hasta compensar tanta injusticia y hambre.
Me dejaste tu humildad dignificada
en el amor que diste a manos llenas,
soñando el bien con acciones elevadas
y llenando mi vida de ternura plena.
Me dejaste tu abrazo de un momento
que se hizo milagro eternamente.
Aunque no estás, no lo lamento
porque te siento junto a mí muy dulcemente
Estás en cada ser que amo,
en cada vida que aparto del espanto,
en cada bien que da mi mano,
en cada risa que rescato al llanto.
Estás aquí, te toco, te acaricio amado,
te hago vivir en mi fuerza interminable,
te hago triunfar en mi esfuerzo denodado,
te hago surgir guiándome incansable.
Allá vas con la guitarra hacia tu suerte.
Siento tu canto en el silencio amable.
Juro, la mano en alto, clarificar tu muerte
y marcar la ignominia en la frente del culpable.
(*) Amanda Mayor, diciembre de 1979.
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