Editorial
“(…) No tuvimos sus cuerpos, no pudimos tocarlos,
no nos dieron siquiera el derecho a enterrarlos.
Nadie escribió sus nombres, nadie quería nombrarlos.
Fueron parte del viento, de la lluvia, del aire
y pasaron los años. Recién hoy aceptaron
que mostremos sus nombres, que podamos tocarlos (…)
(…) Pero ahora tenemos un lugar en la plaza,
un rincón para el sueño,
un pedazo de tierra que acunaron los brazos.
Es altar redivido, no es la tumba de un muerto,
ya podemos decirles que después del silencio,
florecieron sus nombres con mil cantos de pájaros”.
Amanda Mayor
16 de septiembre. Por medio de este Boletín, nos presentamos, o mejor, nos re-presentamos, porque hoy hace ya doce años que existimos, doce años desde aquella inauguración del tan esperado y emblemático Monumento a la Memoria, con el que Amanda Mayor honró la lucha de nuestros desaparecidos.
Luego de un parto con complicaciones, nacimos el 16 de septiembre de 1995. Y no por casualidad. La fecha, esa fecha, fue escogida para recordar la Noche de los Lápices, porque muchos de nuestros desaparecidos eran estudiantes secundarios. Eran chicos que recién habían dejado sus delantales, con la ternura de la infancia en el rostro y la utopía de la adolescencia en el alma.
Y entonces comenzamos a ver, como en ese monumento, que nació 29 años después, la silueta de un muchacho (que ya no estaba) y que se transformó en 30.000, detrás de una reja; seguido por la silueta convertida en fantasma, con las rejas rotas; y la madre dolorosa a sus pies, que se transformó en padres, hermanos, amigos, compañeros.
Muchas cosas vivimos desde aquel 24 de marzo de 1976, o desde aquel 20 de marzo de 1975 en que fue secuestrado Pichón Sánchez, primer desaparecido entrerriano, o desde la Masacre de Trelew, en 1972: secuestros, torturas, desapariciones forzadas, asesinatos; hasta que la llegada de la democracia nos fue devolviendo a quienes estaban “legales” en las cárceles y comenzamos a saber cada vez más de los desaparecidos, de los centros clandestinos de detención y de las mujeres embarazadas que dieron a luz en cautiverio a bebés que hoy son los desaparecidos vivos en manos de genocidas.
Y allí comenzó a asomar esa Argentina que llevaba sobre los hombros la leyenda Nunca Más; y la justicia con la mano levantada como única esperanza, esa que inició el juicio a los genocidas. Y allí estaba también la madre bandera, representando a esas madres que nacieron del dolor para crecer en lucha, tomando las banderas de nuestros muertos y creando sus propias banderas para exigir memoria, verdad y justicia. Hasta que esa justicia se tiñó de oscuridad con las leyes de punto final y obediencia debida. Igual no fue suficiente.
Hubo marchas, protestas y reclamos, pero la respuesta fue más impunidad con los indultos. Quedamos entonces desnudos.
Y los genocidas volvieron a la calle, a caminar nuevamente entre nosotros sabiendo donde están los desaparecidos y callando.
Y no fue allí, sino mucho antes que apareció la madre bandera, una escultura fuerte que representa a todos quienes nacieron del dolor para crecer en lucha y miran de frente sobre una verdad que no permiten que se oculte y a quienes no bajaron los brazos, siguieron luchando y se juntaron para decir presente para decir que no era pasado lo que seguía sucediéndonos a todos, tomando las banderas de nuestros muertos y creando sus propias banderas para exigir memoria, verdad y justicia. Porque no saber la verdad, no saber donde están, permite que se continúe con el genocidio cada día.
Y un día, gracias a esa lucha comenzaron a aparecer: Silvia Wollert, Carlos Pargas, Beto Osuna y volvieron a ser quienes eran con cada identificación. Les volvimos a dar nombre y apellido a esos cuerpos, que es también en algún sentido recuperar su vida, su historia y una oportunidad menos de impunidad. Y en ese aparecer volvieron a la vida en anécdotas y en la posibilidad de un entierro digno, como digna fue su lucha.
Y entonces soplaron otros aires, nuevos y renovados vientos de cambio. Y cayó la impunidad. Y algunos genocidas volvieron a estar entre rejas.
Se reabrieron causas, se iniciaron juicios. Pero entonces desapareció Jorge Julio López. Pudimos hacer carne eso que sabíamos que sucedía. Que el aparato represivo de la dictadura sigue funcionando, que aún muchos asesinos siguen impunes, caminando por las calles y muchos se mueren sin tener un juicio justo, esa oportunidad que hoy tienen y que nuestros muertos y desaparecidos no tuvieron. Julio López nos devolvió a la calle con consignas que pensábamos caducas, pero que hoy resuenan con la misma vigencia de antes. ¡Aparición con vida ya!