La culpa lo mató… o lo mataron los culpables: la extraña muerte de Paúl Navone
Fue puntual. El abogado llegado desde Córdoba caminó por la soleada vereda paranaense, esquivó la obra y subió hasta el primer piso del edificio de Tribunales. A las 9 presentó tres certificados médicos en los que consignaba que su defendido había sufrido un pico de glucemia por una diabetes crónica que lo tenía a maltraer desde hacía nueve años. Un dispensario local, el Hospital Militar zonal y un médico especialista lo certificaron. Acompañó también un pedido de exención de prisión y ganó una semana, ya que la jueza decidió postergar la indagatoria. Sin embargo, cuando toda esta escena transcurría, el acusado ya hacía una hora que había aparecido en un parque en la pequeña y turística localidad de Ascochinga con un balazo en la sien.
El teniente primero Paul Alberto Navone era un tipo de estatura media, 65 años, que durante la dictadura había sido agente del Destacamento de Inteligencia 122 con asiento en Santa Fe, pero que operaba también en la capital entrerriana, y dependía del Segundo Cuerpo de Ejército que tenía su base en Rosario. El lunes debía presentarse en el Juzgado Federal de Paraná a prestar declaración indagatoria en la causa en la que se investiga el destino de una pareja de mellizos nacidos en el Hospital Militar en los años de plomo.
En la declaración que brindó como testigo, el 22 de noviembre pasado, el ex agente de Inteligencia Eduardo Rodolfo Costanzo cuenta que Raquel Negro fue trasladada a dar a luz desde el centro clandestino de detención Quinta de Funes, en las afueras de Rosario, y que el operativo estuvo a cargo del “mayor Navone, del Hospital Militar de Paraná, adonde era trasladada por ser el único hospital militar de la zona, y coordinado por Marino González que era el que organizaba las guardias. Navone era el segundo jefe, pero no era médico. Él es quien recibe a esta persona como sobrina del general (Leopoldo Fortunato) Galtieri, por lo que aquí todos creían que era verdad. Ese fue el único traslado que tuvo, pero no recuerdo la época”. Según las investigaciones y testimonios, Raquel Negro habría dado a luz a mellizos en los primeros meses de 1978.
Esta era la primera vez en que Navone aparecía involucrado directamente en una investigación por crímenes de lesa humanidad. Su nombre fue mencionado como integrante de la patota en Rosario y habría participado de varios operativos de fuerzas conjuntas, pero no estaba imputado judicialmente; en Santa Fe fue reconocido como integrante del Destacamento de Inteligencia 122, a la que también respondía la jurisdicción Paraná, pero tampoco tenía procesos judiciales abiertos; y en Córdoba era casi un desconocido ya que ni siquiera había prestado servicio en esa provincia. Sin embargo, por su rol como agente de Inteligencia del Ejército, Navone tenía mucha información sobre el funcionamiento completo de la gran maquinaria represiva que operó en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones, Chaco y Formosa. “Si bien la operación fue planificada por los más altos mandos del Segundo Cuerpo de Ejército, es decir, Leopoldo Fortunato Galtieri y Luciano Adolfo Jáuregui, que le encomendaron la tarea a Marino González, por cuestiones de jurisdicción se ponen en contacto con Navone que era el coordinador de esta operación del lado entrerriano. De manera que su función fue la de realizar toda la logística y facilitar el traslado de Raquel Negro y su llegada al Hospital Militar de Paraná. Si bien ella estaba acompañada por la patota de la Quinta de Funes, Navone tenía la responsabilidad de que el operativo salga bien”, explicó el abogado Gamal Taleb.
No era de esas personas que sobresalía. Había nacido en Casilda pero en la localidad santafesina lo recuerdan como un tipo solitario, un poco retraído y que no gozaba de mayores simpatías. Tenía un hermano menor con el que hacía un tiempo que no tenía relación y ambos habían sido criados por su madre y con un padre ausente. “Era un auténtico solitario, un tipo controvertido que no era amigo de nadie”, recuerda un vecino de aquellos años. “De chico había tenido un accidente con pirotecnia, le explotó una bolsa de cohetes que llevaba en el bolsillo y aunque no le dejó secuelas, tenía una gran cicatriz en la pierna. Eso provocaba algunas burlas de los chicos. Vio como son los chicos…”, acotó a este cronista.
Salido de su adolescencia inició la carrera militar y se fue del pueblo. La década de 1970 lo encontró como integrante de la principal unidad de Inteligencia del Ejército, el Batallón de 601, un grupo operativo integrado por militares y civiles que se movía irrestrictamente en distintas zonas del país y se sospecha que también actuó en jurisdicción del Segundo Cuerpo de Ejército, puntualmente en Paraná y Santa Fe. Como integrante de los grupos de tarea del Ejército, Navone estuvo en Tucumán y luego fue destinado a la capital santafesina, también para cumplir tareas de Inteligencia, aunque habría continuado ligado al Batallón 601, lo que hace suponer que tenía un amplio conocimiento del accionar represivo, más allá de la causa por robo de bebés.
Desde hacía varios años estaba radicado en la localidad cordobesa de La Granja, ubicada unos 40 kilómetros al norte de la capital provincial. Era un próspero empresario que explotaba el negocio turístico en la zona a través del restaurante Puesto Roca que había instalado en la entrada de Ascochinga, a pocos metros del acceso al predio del Hotel Parque de la Fuerza Aérea. Al lado de la parrilla había construido un pequeño hospedaje con algunas habitaciones con las que solía aprovechar el excedente de reservas del hotel en el que supo pasar algún tiempo de reclusión María Estela Martínez de Perón, tras su caída del gobierno el 24 de marzo de 1976, cuando fue acusada aunque nunca enjuiciada por malversación de fondos.
Vivía con su esposa y un hijo en Calle Pública sin número de La Granja, vecina de Ascochinga, en el departamento Colón; mientras que una hija reside en la ciudad de Jesús María. Hasta allí había llegado hace unas semanas una comisión de la Policía Federal con un oficio librado por la jueza federal Myriam Galizzi para que se lo identifique en cinco juegos completos de fichas dactiloscópicas, se efectúe un “informe de vida y costumbres” y se establezca su estado patrimonial. En el pequeño poblado era un vecino más. “El guaso era totalmente desconocido en la provincia. En Córdoba no estaba involucrado en ninguna causa relacionada con violaciones a los derechos humanos ni nada por el estilo. Nos enteramos de quién era a partir de los medios”, contó una fuente a este semanario con una inconfundible tonada.
Sin embargo, en el año 2001, una investigación del periodista Carlos del Frade reveló la existencia de una poderosa red de narcotráfico que operaba en las provincias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos bajo el amparo y con participación del poder político. Entonces se contaba el caso de un joven que hacia mediados de 1997 se vio obligado “a desaparecer del pueblo de La Granja -y unos meses después apareció asesinado-, forzado por la situación y por sus propios medios, en virtud de su fracaso en las negociaciones para desvincularse de la sociedad de hecho que mantenía con empresarios del turismo cinegético, cacería de paloma al vuelo”. La idea de abrirse se basaba “en el creciente contrabando de droga que realizan ciertos turistas en su mayoría norteamericanos y lo hacen en los cartuchos de escopetas”. Había un eslabón que hacía las gestiones ante la aduana, “viéndose involucrado en un delito federal ya que conocía de algunos turistas que llevaban en las correderas y en las escopetas automáticas cartuchos cargados de cocaína”.
La denuncia sostiene que “estos extranjeros compran la droga a un ex militar de Inteligencia radicado en Ascochinga de apellido Navone, propietario de un café, que opera sus encargos desde ese local, y luego se abastece de droga en la localidad de Río Ceballos, se las vende a los extranjeros y estos le encargan a los pick boys -los encargados de recoger las presas durantes las jornadas de caza- el llenado de los cartuchos a cambio de fuertes propinas”.
El informe avanza en que “es conocido en el medio o en el ambiente estas operaciones” y que “todos los centros de turismo cinegético del país operan de la misma manera. En Córdoba, La Granja, Ascochinga, Totoral, Tulumba, Villa General Belgrano; en Entre Ríos, Paraná; en Corrientes, Esquina, Goya y Malancue; y en Reconquista, provincia de Santa Fe”.
Lo cierto es que Navone nunca fue molestado tras aquel hecho. Inclusive, quienes conocían sus actividades cotidianas aseguran que todas las mañanas corría por la zona parquizada del predio de la Fuerza Aérea -tal vez como parte de la prescripción médica contra la diabetes-, un establecimiento que funciona como hotel para los oficiales pero abierto también al público en general, que cuenta en sus instalaciones con una concesionada cancha de golf y sectores de alojamiento de estilo colonial, además del hotel reservado para suboficiales que está algo más alejado. Allí fue hallado el cadáver, unos minutos después de las 8, con un disparo en la sien y un arma calibre nueve milímetros cerca de su mano. En la autopsia se determinó que Navone se habría pegado un tiro en la cabeza cerca de las 3 de la madrugada. El disparo fue efectuado desde una distancia de “menos de 50 centímetros” y el cuerpo tenía “un orificio en sien izquierda compatible con salida de proyectil”. La prueba de dermotest arrojó que Navone tenía restos de pólvora en su mano derecha y entre sus ropas se halló una carta en la que explica las razones que lo habrían llevado al suicidio: “Tomo esta decisión en pleno uso de mi libertad y facultades. Nadie, de mi entorno familiar, ni de mi contexto tiene conocimiento de lo que he dispuesto hacer. Lo hago solo sin participación de tercero alguno. Adopto esta conducta como el mejor camino para mí”. De todas maneras, se le extrajo “sangre y humor vítreo” para el estudio químico toxicológico, como así también material del cerebro, corazón, pulmón y otras vísceras.
La noticia de la muerte de Navone sorprendió a propios y extraños. La primera en plantear dudas fue la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, que hace dos semanas había estado en Paraná para constituirse como querellante en la causa por el robo de bebés nacidos en el Hospital Militar, y denunció que “están eliminando” a militares que conocen el paradero de los niños apropiados por la dictadura. “Yo me atrevo a dudar de la muerte por suicidio de este hombre. A las Abuelas nos preocupa muchísimo que estas personas desaparezcan de este mundo sin poder hablar, sin poder contar una historia que lleva ya 31 años y que es tan dolorosa no sólo para nosotros, sino para las propias víctimas que son los hoy jóvenes que vamos encontrando y que han vivido en esa mentira durante tanto tiempo”. Y como para aportar más dudas al respecto, el abogado de Navove, Justiniano Martínez, que hacía pocos días que había asumido la defensa, se manifestó “sorprendido” por la muerte del ex agente de Inteligencia, ya que estaba seguro de que “una vez que declarara, la jueza le otorgaría la exención de prisión que íbamos a solicitar”. El letrado afirmó que Navone estaba dispuesto a declarar, aunque “su intervención en el alojamiento de esta mujer (Raquel Negro) fue nimia, prácticamente se limitó a permitir el ingreso nomás. Esto me daba la esperanza de poder defenderlo bien. Desde el punto de vista penal, no podía considerase una participación”. Aunque luego dijo estar “persuadido de que se trata de suicidio, porque estaba muy afectado por esta situación”.
Sin embargo, las circunstancias que rodearon la muerte, despiertan algunas dudas. A saber:
-Era la primera vez que Navone debía prestar declaración indagatoria en una causa por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y, a pesar del carácter aberrante que tienen los delitos por los que se lo acusaba, la pena prevista en el Código Penal para la sustitución de identidad es de uno a cuatro años de prisión, mientras que la sustracción de menores de edad está gravada con una pena de tres a diez años. “De todas maneras, es probable que una persona que deba enfrentar por primera vez en su vida la posibilidad de ser encarcelada, y se vea acusada por crímenes de lesa humanidad, se haya visto afectada y entones no se puede descartar que tome una decisión de este tipo”, esbozó el abogado querellante Gamal Taleb.
-Luego de ser notificado por la Justicia, contrató un abogado para que lo asesore en la defensa. El sábado estuvo reunido con Justiniano Martínez delineando la estrategia legal y en esa circunstancia habría sufrido el pico de glucemia que le impidió presentarse a declarar, según consta en los certificados que el propio letrado cordobés acercó al Juzgado Federal de Paraná el lunes -junto con un recurso de exención de prisión-, cuando Navone ya estaba muerto. Quienes se permiten dudar de la hipótesis del suicidio especulan con que alguien que va a tomar esa decisión no hubiera preparado un certificado médico con la opinión de tres especialistas que certifiquen el pico de glucemia, ni habría enviado a su abogado de confianza para justificar su ausencia y pedir prórroga de la audiencia.
-El hecho de que aparezca en un hotel de la Fuerza Aérea Argentina es otro elemento que permite sospechar, ya que Navone vivía en un pueblo cercano, de modo que podría inferirse que llegó hasta Ascochinga -una localidad con fuerte presencia militar- en la búsqueda de una conversación con alguien y que tal vez no obtuvo la respuesta que esperaba.
Por lo pronto, desde el Juzgado Federal de Paraná se libró un oficio a la Fiscalía de Jesús María para que informe sobre cualquier dato de interés para la causa que se tramita en la capital entrerriana con relación a lo que se tenga de la muerte en sí de Navone, como de cualquier circunstancia que pudiera estar vinculada, según informaron fuentes judiciales. Hasta el momento, la causa está caratulada como “muerte dudosa”.
Fuente: semanario Análisis.

El teniente primero Paul Alberto Navone era un tipo de estatura media, 65 años, que durante la dictadura había sido agente del Destacamento de Inteligencia 122 con asiento en Santa Fe, pero que operaba también en la capital entrerriana, y dependía del Segundo Cuerpo de Ejército que tenía su base en Rosario. El lunes debía presentarse en el Juzgado Federal de Paraná a prestar declaración indagatoria en la causa en la que se investiga el destino de una pareja de mellizos nacidos en el Hospital Militar en los años de plomo.
En la declaración que brindó como testigo, el 22 de noviembre pasado, el ex agente de Inteligencia Eduardo Rodolfo Costanzo cuenta que Raquel Negro fue trasladada a dar a luz desde el centro clandestino de detención Quinta de Funes, en las afueras de Rosario, y que el operativo estuvo a cargo del “mayor Navone, del Hospital Militar de Paraná, adonde era trasladada por ser el único hospital militar de la zona, y coordinado por Marino González que era el que organizaba las guardias. Navone era el segundo jefe, pero no era médico. Él es quien recibe a esta persona como sobrina del general (Leopoldo Fortunato) Galtieri, por lo que aquí todos creían que era verdad. Ese fue el único traslado que tuvo, pero no recuerdo la época”. Según las investigaciones y testimonios, Raquel Negro habría dado a luz a mellizos en los primeros meses de 1978.
Esta era la primera vez en que Navone aparecía involucrado directamente en una investigación por crímenes de lesa humanidad. Su nombre fue mencionado como integrante de la patota en Rosario y habría participado de varios operativos de fuerzas conjuntas, pero no estaba imputado judicialmente; en Santa Fe fue reconocido como integrante del Destacamento de Inteligencia 122, a la que también respondía la jurisdicción Paraná, pero tampoco tenía procesos judiciales abiertos; y en Córdoba era casi un desconocido ya que ni siquiera había prestado servicio en esa provincia. Sin embargo, por su rol como agente de Inteligencia del Ejército, Navone tenía mucha información sobre el funcionamiento completo de la gran maquinaria represiva que operó en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones, Chaco y Formosa. “Si bien la operación fue planificada por los más altos mandos del Segundo Cuerpo de Ejército, es decir, Leopoldo Fortunato Galtieri y Luciano Adolfo Jáuregui, que le encomendaron la tarea a Marino González, por cuestiones de jurisdicción se ponen en contacto con Navone que era el coordinador de esta operación del lado entrerriano. De manera que su función fue la de realizar toda la logística y facilitar el traslado de Raquel Negro y su llegada al Hospital Militar de Paraná. Si bien ella estaba acompañada por la patota de la Quinta de Funes, Navone tenía la responsabilidad de que el operativo salga bien”, explicó el abogado Gamal Taleb.
No era de esas personas que sobresalía. Había nacido en Casilda pero en la localidad santafesina lo recuerdan como un tipo solitario, un poco retraído y que no gozaba de mayores simpatías. Tenía un hermano menor con el que hacía un tiempo que no tenía relación y ambos habían sido criados por su madre y con un padre ausente. “Era un auténtico solitario, un tipo controvertido que no era amigo de nadie”, recuerda un vecino de aquellos años. “De chico había tenido un accidente con pirotecnia, le explotó una bolsa de cohetes que llevaba en el bolsillo y aunque no le dejó secuelas, tenía una gran cicatriz en la pierna. Eso provocaba algunas burlas de los chicos. Vio como son los chicos…”, acotó a este cronista.
Salido de su adolescencia inició la carrera militar y se fue del pueblo. La década de 1970 lo encontró como integrante de la principal unidad de Inteligencia del Ejército, el Batallón de 601, un grupo operativo integrado por militares y civiles que se movía irrestrictamente en distintas zonas del país y se sospecha que también actuó en jurisdicción del Segundo Cuerpo de Ejército, puntualmente en Paraná y Santa Fe. Como integrante de los grupos de tarea del Ejército, Navone estuvo en Tucumán y luego fue destinado a la capital santafesina, también para cumplir tareas de Inteligencia, aunque habría continuado ligado al Batallón 601, lo que hace suponer que tenía un amplio conocimiento del accionar represivo, más allá de la causa por robo de bebés.
Desde hacía varios años estaba radicado en la localidad cordobesa de La Granja, ubicada unos 40 kilómetros al norte de la capital provincial. Era un próspero empresario que explotaba el negocio turístico en la zona a través del restaurante Puesto Roca que había instalado en la entrada de Ascochinga, a pocos metros del acceso al predio del Hotel Parque de la Fuerza Aérea. Al lado de la parrilla había construido un pequeño hospedaje con algunas habitaciones con las que solía aprovechar el excedente de reservas del hotel en el que supo pasar algún tiempo de reclusión María Estela Martínez de Perón, tras su caída del gobierno el 24 de marzo de 1976, cuando fue acusada aunque nunca enjuiciada por malversación de fondos.
Vivía con su esposa y un hijo en Calle Pública sin número de La Granja, vecina de Ascochinga, en el departamento Colón; mientras que una hija reside en la ciudad de Jesús María. Hasta allí había llegado hace unas semanas una comisión de la Policía Federal con un oficio librado por la jueza federal Myriam Galizzi para que se lo identifique en cinco juegos completos de fichas dactiloscópicas, se efectúe un “informe de vida y costumbres” y se establezca su estado patrimonial. En el pequeño poblado era un vecino más. “El guaso era totalmente desconocido en la provincia. En Córdoba no estaba involucrado en ninguna causa relacionada con violaciones a los derechos humanos ni nada por el estilo. Nos enteramos de quién era a partir de los medios”, contó una fuente a este semanario con una inconfundible tonada.
Sin embargo, en el año 2001, una investigación del periodista Carlos del Frade reveló la existencia de una poderosa red de narcotráfico que operaba en las provincias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos bajo el amparo y con participación del poder político. Entonces se contaba el caso de un joven que hacia mediados de 1997 se vio obligado “a desaparecer del pueblo de La Granja -y unos meses después apareció asesinado-, forzado por la situación y por sus propios medios, en virtud de su fracaso en las negociaciones para desvincularse de la sociedad de hecho que mantenía con empresarios del turismo cinegético, cacería de paloma al vuelo”. La idea de abrirse se basaba “en el creciente contrabando de droga que realizan ciertos turistas en su mayoría norteamericanos y lo hacen en los cartuchos de escopetas”. Había un eslabón que hacía las gestiones ante la aduana, “viéndose involucrado en un delito federal ya que conocía de algunos turistas que llevaban en las correderas y en las escopetas automáticas cartuchos cargados de cocaína”.
La denuncia sostiene que “estos extranjeros compran la droga a un ex militar de Inteligencia radicado en Ascochinga de apellido Navone, propietario de un café, que opera sus encargos desde ese local, y luego se abastece de droga en la localidad de Río Ceballos, se las vende a los extranjeros y estos le encargan a los pick boys -los encargados de recoger las presas durantes las jornadas de caza- el llenado de los cartuchos a cambio de fuertes propinas”.
El informe avanza en que “es conocido en el medio o en el ambiente estas operaciones” y que “todos los centros de turismo cinegético del país operan de la misma manera. En Córdoba, La Granja, Ascochinga, Totoral, Tulumba, Villa General Belgrano; en Entre Ríos, Paraná; en Corrientes, Esquina, Goya y Malancue; y en Reconquista, provincia de Santa Fe”.
Lo cierto es que Navone nunca fue molestado tras aquel hecho. Inclusive, quienes conocían sus actividades cotidianas aseguran que todas las mañanas corría por la zona parquizada del predio de la Fuerza Aérea -tal vez como parte de la prescripción médica contra la diabetes-, un establecimiento que funciona como hotel para los oficiales pero abierto también al público en general, que cuenta en sus instalaciones con una concesionada cancha de golf y sectores de alojamiento de estilo colonial, además del hotel reservado para suboficiales que está algo más alejado. Allí fue hallado el cadáver, unos minutos después de las 8, con un disparo en la sien y un arma calibre nueve milímetros cerca de su mano. En la autopsia se determinó que Navone se habría pegado un tiro en la cabeza cerca de las 3 de la madrugada. El disparo fue efectuado desde una distancia de “menos de 50 centímetros” y el cuerpo tenía “un orificio en sien izquierda compatible con salida de proyectil”. La prueba de dermotest arrojó que Navone tenía restos de pólvora en su mano derecha y entre sus ropas se halló una carta en la que explica las razones que lo habrían llevado al suicidio: “Tomo esta decisión en pleno uso de mi libertad y facultades. Nadie, de mi entorno familiar, ni de mi contexto tiene conocimiento de lo que he dispuesto hacer. Lo hago solo sin participación de tercero alguno. Adopto esta conducta como el mejor camino para mí”. De todas maneras, se le extrajo “sangre y humor vítreo” para el estudio químico toxicológico, como así también material del cerebro, corazón, pulmón y otras vísceras.
La noticia de la muerte de Navone sorprendió a propios y extraños. La primera en plantear dudas fue la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, que hace dos semanas había estado en Paraná para constituirse como querellante en la causa por el robo de bebés nacidos en el Hospital Militar, y denunció que “están eliminando” a militares que conocen el paradero de los niños apropiados por la dictadura. “Yo me atrevo a dudar de la muerte por suicidio de este hombre. A las Abuelas nos preocupa muchísimo que estas personas desaparezcan de este mundo sin poder hablar, sin poder contar una historia que lleva ya 31 años y que es tan dolorosa no sólo para nosotros, sino para las propias víctimas que son los hoy jóvenes que vamos encontrando y que han vivido en esa mentira durante tanto tiempo”. Y como para aportar más dudas al respecto, el abogado de Navove, Justiniano Martínez, que hacía pocos días que había asumido la defensa, se manifestó “sorprendido” por la muerte del ex agente de Inteligencia, ya que estaba seguro de que “una vez que declarara, la jueza le otorgaría la exención de prisión que íbamos a solicitar”. El letrado afirmó que Navone estaba dispuesto a declarar, aunque “su intervención en el alojamiento de esta mujer (Raquel Negro) fue nimia, prácticamente se limitó a permitir el ingreso nomás. Esto me daba la esperanza de poder defenderlo bien. Desde el punto de vista penal, no podía considerase una participación”. Aunque luego dijo estar “persuadido de que se trata de suicidio, porque estaba muy afectado por esta situación”.
Sin embargo, las circunstancias que rodearon la muerte, despiertan algunas dudas. A saber:
-Era la primera vez que Navone debía prestar declaración indagatoria en una causa por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y, a pesar del carácter aberrante que tienen los delitos por los que se lo acusaba, la pena prevista en el Código Penal para la sustitución de identidad es de uno a cuatro años de prisión, mientras que la sustracción de menores de edad está gravada con una pena de tres a diez años. “De todas maneras, es probable que una persona que deba enfrentar por primera vez en su vida la posibilidad de ser encarcelada, y se vea acusada por crímenes de lesa humanidad, se haya visto afectada y entones no se puede descartar que tome una decisión de este tipo”, esbozó el abogado querellante Gamal Taleb.
-Luego de ser notificado por la Justicia, contrató un abogado para que lo asesore en la defensa. El sábado estuvo reunido con Justiniano Martínez delineando la estrategia legal y en esa circunstancia habría sufrido el pico de glucemia que le impidió presentarse a declarar, según consta en los certificados que el propio letrado cordobés acercó al Juzgado Federal de Paraná el lunes -junto con un recurso de exención de prisión-, cuando Navone ya estaba muerto. Quienes se permiten dudar de la hipótesis del suicidio especulan con que alguien que va a tomar esa decisión no hubiera preparado un certificado médico con la opinión de tres especialistas que certifiquen el pico de glucemia, ni habría enviado a su abogado de confianza para justificar su ausencia y pedir prórroga de la audiencia.
-El hecho de que aparezca en un hotel de la Fuerza Aérea Argentina es otro elemento que permite sospechar, ya que Navone vivía en un pueblo cercano, de modo que podría inferirse que llegó hasta Ascochinga -una localidad con fuerte presencia militar- en la búsqueda de una conversación con alguien y que tal vez no obtuvo la respuesta que esperaba.
Por lo pronto, desde el Juzgado Federal de Paraná se libró un oficio a la Fiscalía de Jesús María para que informe sobre cualquier dato de interés para la causa que se tramita en la capital entrerriana con relación a lo que se tenga de la muerte en sí de Navone, como de cualquier circunstancia que pudiera estar vinculada, según informaron fuentes judiciales. Hasta el momento, la causa está caratulada como “muerte dudosa”.
Fuente: semanario Análisis.