lunes, 14 de enero de 2008

El recuerdo de Élida Goyeneche, a treinta años de su secuestro y desaparición

Al cumplirse 30 años de la desaparición de Elida Goyeneche de Sobko (foto inferior), familiares y organismos de derechos humanos realizaron un acto en el balneario Club Doña Goya en la localidad correntina, encabezado por Clarisa Sobko (foto superior), hija de la docente y estudiante de medicina secuestrada por efectivos militares el 12 de enero de 1978.
El emotivo acto estuvo organizado por la asociación Memoria, Derechos Humanos y Solidaridad (Medehs) de Goya, junto a una agrupación H.I.J.O.S. Regional Paraná. A través de una carta, Clarisa llamó a la sociedad a “testimoniar sobre el robo” de su madre, y aseguró que “la desaparición física de Élida a manos de asesinos que se autodenominaban señores de la vida y de la muerte, que siguen en libertad caminando por las calles de Goya con total impunidad; nos convoca hoy nuevamente para seguir exigiendo justicia”.
Elida Olga Goyeneche fue secuestrada delante de sus hijos y de su madre, a las cinco de una tarde calurosa de verano en el Club Doña Goya, un balneario ubicado sobre el río Paraná, en la ciudad correntina. Desde ese día, nadie volvió a verla. Era la menor de dos hermanas. Estudiante aplicada, se recibió de maestra en la Escuela Normal, donde también había estudiado su madre y donde lo haría su hija. Aunque se llevaban un año de diferencia, ambas hermanas cursaban juntas. Con el título de maestra normal, decidió estudiar medicina en Corrientes. Aunque no logró terminar la carrera, encontró allí el amor de Pedro Sobko, un misionero, flaco, rubio y bastante alto, de andar tranquilo, hijo de inmigrantes polacos y rusos que habían llegado al país corridos por la guerra. Se casaron en secreto el 15 de enero de 1974 en La Leonesa, una localidad ubicada en el norte de la provincia de Chaco, distante a 74 kilómetros de Resistencia, sin decirle nada a la familia, y al poco tiempo nació Oscar, el primer hijo.
Militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), pasaron por Paraná, donde vivieron en el barrio San Agustín. Ya entonces eran cuatro, porque la pareja también tenía a Clarisa. Pero perseguidos por la Policía, en abril de 1977 se fueron a Capital Federal para refugiarse mientras hacían los arreglos para instalarse en Corrientes. A los pocos días, Pedro regresó a Paraná para organizar algunas cosas y su esposa e hijos se quedaron. Nunca más volvieron a verse, porque Pedro fue secuestrado el 2 de mayo.
La tarde del 12 de enero de 1978, Elida y su madre, Zelmira subieron en el asiento de adelante del Peugeot 404 de la familia, atrás iban Clarisa y Oscar, rumbo a las playas del Club Doña Goya, sobre el río Paraná. Al llegar, Pepita Goyeneche bajó del auto y una patota integrada por efectivos de Prefectura, Policía Federal y de la provincia se llevó a su hija y sus nietos. Los chicos fueron abandonados y encerrados en el mismo vehículo a unos kilómetros, en el camino de regreso a la ciudad. Aunque no hay registros de que hubiera pasado por ningún centro clandestino de detención, algunos datos que pudieron recogerse indican que pudo haber fallecido en alguna sesión de tortura en los cuarteles del Regimiento de Ingenieros 7.
En la carta, Clarisa expresó: “Hoy nos encontramos aquí porque hace 30 años que me robaron a mi mamá. Hace 30 años estos cobardes, traidores de la Patria, que irrumpieron en el poder en marzo de 1976 secuestraron para luego desaparecer a mi madre. Yo tenía tan sólo un año de vida, junto a mi hermano, que en ese entonces tenía tres. Juntos crecimos bajo el cobijo y el amor de nuestros abuelos, pero con el profundo dolor y la incertidumbre de no saber qué pasó con mamá, con Élida. Mi papá, Pedro Miguel Sobko también fue desaparecido a manos de las fuerzas conjuntas de seguridad en la ciudad de Paraná. Mis padres y los 30.000 compañeros no hacían más que soñar con un mundo con justicia social y libertad. Eso era lo que deseaban, que todos tengan para comer, que todos tengan la posibilidad de acceder a un trabajo digno, que la distribución de la riqueza en este país sea justa y equitativa.
Crecer, vivir, comprender la desaparición de un ser querido no es natural. La desaparición física de Élida a manos de asesinos que se autodenominaban señores de la vida y de la muerte, que siguen en libertad caminando por las calles de Goya con total impunidad nos convoca hoy nuevamente para seguir exigiendo justicia. Mientras, yo pasé 30 años de mi vida volviendo a esta ciudad, intentando hallar las respuestas sobre el paradero de mi madre.
A estos cobardes que nos arrancaron las esperanza de un país más justo, más solidario, un país del pueblo y para el pueblo; a estos señores, asesinos, genocidas, torturadores, les queremos decir que la podrán haber desaparecido físicamente, pero para mí ella nunca se habrá ido. Tanto ella como mi papá están vivos en mi lucha, en mi amor hacia ellos. Por otra parte también a todos aquellos que nos han dicho “algo habrán hecho” les decimos que ¡sí! que ellos algo hicieron: ellos pelearon por un proyecto de país y un proyecto de sociedad diferente al que tenemos hoy. Y Élida era una mujer que integraba esa juventud maravillosa que dejó su sangre en la pelea por los ideales.
Nos sobran las razones para estar aquí hoy, recordándola porque es nuestra forma de traerla a la vida, nuestro imperativo de no olvidar a pesar de tanta muerte, de todo el dolor, de tanta vida desgarrada.
Nos cuesta aceptar que la justicia es tan lenta. Que los responsables están en las calles gozando de toda la impunidad que les dio una sociedad civil que muchas veces decidió mirar para otro lado. Porque la justicia cuando es lenta, no es justicia. Porque cuando la justicia se maneja en los parámetros de la impunidad, no es justicia. Nos cuesta creer que las madres y las abuelas se nos están yendo sin conocer la verdad. Me duele hasta lo más profundo de mi ser pensar que mi abuela Pepita y mi abuelo Oscar se puedan ir sin saber qué pasó con Élida, quiénes son los responsables, sin poder llevar una flor a la tumba de su hija. Pero a pesar de todo seguimos apostando a la memoria, a la verdad, a la lucha que es posible para cambiar este estado de las cosas.
Hoy te puedo decir mamá que estoy orgullosa de vos, que si tuviera la ínfima posibilidad de tenerte enfrente te contaría que sos abuela de dos bellezas, dos gordas preciosas, mi hija se llama Federica y la de Oscar se llama Ana Lucía. Te contaría que estoy militando como vos, que busco todos los días incansablemente saber la verdad, la verdad de lo que pasó con vos mamá, y la verdad de lo que pasó con papá. A veces pienso qué injusta es la vida. Nos quitaron la posibilidad de conocernos, de reír juntas, de llorar juntas… Yo, mientras tanto, sigo soñando con ese día en que nos encontraremos y nos daremos un abrazo de amor, ese que tanto esperé en las noches de mi infancia y que tanto espero en los momentos importantes de mi vida. Te imagino viva, hoy, con nosotros acompañando cada bandera que levanto. Viendo crecer a tus nietas, con todos los mimos de abuela de los que hoy se ven privadas.
Por Élida, por los 30.000, por todos aquellos que apuestan a luchar y a crecer, por todos los que no olvidamos, porque no nos han vencido. Porque sigo peleando por la sonrisa de mi hija y la de mi sobrina. Por las sonrisas de las generaciones que siguen. Por la verdad.
Goya, Corrientes, 12 de enero de 2008.

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