¿Casualidad o cosa del destino?
No se si fue una gran casualidad o fue obra del destino.
Comienzo así a contar la pequeña, pero tan importante participación que tuvo para nosotros, aquel sepulturero que señaló a Rubén donde estaba el cuerpo de su hermano Beto. Me refiero a Beto Osuna, asesinado en La Tapera.
Este empleado del cementerio, un señor morocho, petiso, bonachón, con una simpatía extraordinaria y un corazón lleno de amor, que toda persona que lo conocía no podía resistirse a su seducción.
Unos allegados decían que era un viejo vago, pícaro y muy enamoradizo. Con su bigote prolijo y sus zapatos bien lustrados. Le decían Negro. Su nombre, Ángel Antonio Molina.
Era padre de diez hijos (cinco varones y cinco mujeres).
Molina era amigo y vecino de un tío de Beto, por quien se conectaron.
Rubén, después de enterarse de la muerte de su hermano, que le confirmó Juan Carlos Trimarco diciéndole que estaba en el Cementerio Municipal de Paraná, acudió a este sepulturero que le indicó en el lugar donde se encontraba.
De una manera muy particular, el sepulturero le indicó que lo siguiera, que iba a dejar caer una ramita de árbol marcando las tumbas -una de Carlos José María Fernández y la otra de Beto-. Esto ocurría en 1976.
A pesar de que no se interesaba en la política del momento, algunas veces comentaba en la casa sobre cosas raras que ocurrían en el cementerio, como que de noche (a veces trabajaba como sereno) llevaban cuerpos NN y los tiraban como bolsas de papas o perros, para ser enterrados en las fosas de abajo. Los deslizaban por un tubo de latas.
Esta situación lo angustiaba, pues él estaba en ese momento criando con su esposa Chela, a sus hijos, muchos de ellos adolescentes.
Al comienzo habló de coincidencia o casualidad.
¿O será que la vida prepara estos desenlaces?
Lo digo porque hace nueve años, en una habitación de una clínica, donde me quedé a cuidar a mi padre enfermo de un cáncer terminal, conocía Rubén, el hermano de Beto, que estaba internado en la cama contigua, recién operado.
Soy la hija menor de aquel sepulturero a quien después de tantos años Rubén volvió a ver.
Él no le dijo quien era por su estado de salud y al año siguiente falleció.
Yo me seguí viendo con Rubén después que salió de su internación y me contó toda su historia, la tragedia que pasó con su hermano y la participación de mi viejo.
Según él, era el Ángel que le iluminó el camino para encontrar el lugar donde llevar una flor a su querido hermano.
Yo estaba hace muchos años separada, con tres hijos.
Hace tres años me casé con Rubén y tenemos a una pequeñita de dos años y medio: Martina, Martina Osuna.
Desde que conocí a Rubén, tomé como propia la lucha para hacer justicia por lo de Beto y tantos chicos muertos y desaparecidos aún.
Estoy dándole fuerzas y a su lado siempre, sin miedos, enseñándole a Martina, a su medida, la lucha de su tío. Sin temores y con orgullo.
Desde que era una bebita nos acompaña a las marchas o reuniones. Y le entusiasman los tambores y las banderas. Y hasta canta el Himno (a su modo).
Veo en ellos algo que dicen los chicos de H.I.J.O.S. cuando se refieren al “brote germinal”…
También me siento comprometida porque conocí a Amanda Mayor. Y en cierta forma nos afecta su partida. Mi madre trabajaba en su casa y yo a veces iba a jugar con sus chicas. Conocí a todos sus hijos. Amanda era una mujer admirable. Mamá la quería mucho y se siguieron viendo hasta hace poco tiempo. Ella fue profesora de inglés de uno de mis hermanos y luego él le dio clases a ella en la Escuela de Artes Visuales. Mi hermano Carlos era artista plástico.
Todas estas referencias pasadas, con algunos recuerdos tristes, fortalecen mi vida. Y el recuerdo de aquel Ángel que estará siempre en nuestra memoria.
Aquél Ángel, que no tuvo miedo y se jugó en plena época del Proceso ayudando a encontrar a un ser querido de personas a las que no conocía, sin ningún interés material.
En mi interior siento que fue un héroe, un héroe humilde y silencioso. Esto me llena de orgullo.
Y sigo preguntándome: ¿será casualidad o cosa del destino?
Humildemente, Patricia.
Paraná, 23 de octubre de 2007.

Comienzo así a contar la pequeña, pero tan importante participación que tuvo para nosotros, aquel sepulturero que señaló a Rubén donde estaba el cuerpo de su hermano Beto. Me refiero a Beto Osuna, asesinado en La Tapera.
Este empleado del cementerio, un señor morocho, petiso, bonachón, con una simpatía extraordinaria y un corazón lleno de amor, que toda persona que lo conocía no podía resistirse a su seducción.
Unos allegados decían que era un viejo vago, pícaro y muy enamoradizo. Con su bigote prolijo y sus zapatos bien lustrados. Le decían Negro. Su nombre, Ángel Antonio Molina.
Era padre de diez hijos (cinco varones y cinco mujeres).
Molina era amigo y vecino de un tío de Beto, por quien se conectaron.
Rubén, después de enterarse de la muerte de su hermano, que le confirmó Juan Carlos Trimarco diciéndole que estaba en el Cementerio Municipal de Paraná, acudió a este sepulturero que le indicó en el lugar donde se encontraba.
De una manera muy particular, el sepulturero le indicó que lo siguiera, que iba a dejar caer una ramita de árbol marcando las tumbas -una de Carlos José María Fernández y la otra de Beto-. Esto ocurría en 1976.
A pesar de que no se interesaba en la política del momento, algunas veces comentaba en la casa sobre cosas raras que ocurrían en el cementerio, como que de noche (a veces trabajaba como sereno) llevaban cuerpos NN y los tiraban como bolsas de papas o perros, para ser enterrados en las fosas de abajo. Los deslizaban por un tubo de latas.
Esta situación lo angustiaba, pues él estaba en ese momento criando con su esposa Chela, a sus hijos, muchos de ellos adolescentes.
Al comienzo habló de coincidencia o casualidad.
¿O será que la vida prepara estos desenlaces?
Lo digo porque hace nueve años, en una habitación de una clínica, donde me quedé a cuidar a mi padre enfermo de un cáncer terminal, conocía Rubén, el hermano de Beto, que estaba internado en la cama contigua, recién operado.
Soy la hija menor de aquel sepulturero a quien después de tantos años Rubén volvió a ver.
Él no le dijo quien era por su estado de salud y al año siguiente falleció.
Yo me seguí viendo con Rubén después que salió de su internación y me contó toda su historia, la tragedia que pasó con su hermano y la participación de mi viejo.
Según él, era el Ángel que le iluminó el camino para encontrar el lugar donde llevar una flor a su querido hermano.
Yo estaba hace muchos años separada, con tres hijos.
Hace tres años me casé con Rubén y tenemos a una pequeñita de dos años y medio: Martina, Martina Osuna.
Desde que conocí a Rubén, tomé como propia la lucha para hacer justicia por lo de Beto y tantos chicos muertos y desaparecidos aún.
Estoy dándole fuerzas y a su lado siempre, sin miedos, enseñándole a Martina, a su medida, la lucha de su tío. Sin temores y con orgullo.
Desde que era una bebita nos acompaña a las marchas o reuniones. Y le entusiasman los tambores y las banderas. Y hasta canta el Himno (a su modo).
Veo en ellos algo que dicen los chicos de H.I.J.O.S. cuando se refieren al “brote germinal”…
También me siento comprometida porque conocí a Amanda Mayor. Y en cierta forma nos afecta su partida. Mi madre trabajaba en su casa y yo a veces iba a jugar con sus chicas. Conocí a todos sus hijos. Amanda era una mujer admirable. Mamá la quería mucho y se siguieron viendo hasta hace poco tiempo. Ella fue profesora de inglés de uno de mis hermanos y luego él le dio clases a ella en la Escuela de Artes Visuales. Mi hermano Carlos era artista plástico.
Todas estas referencias pasadas, con algunos recuerdos tristes, fortalecen mi vida. Y el recuerdo de aquel Ángel que estará siempre en nuestra memoria.
Aquél Ángel, que no tuvo miedo y se jugó en plena época del Proceso ayudando a encontrar a un ser querido de personas a las que no conocía, sin ningún interés material.
En mi interior siento que fue un héroe, un héroe humilde y silencioso. Esto me llena de orgullo.
Y sigo preguntándome: ¿será casualidad o cosa del destino?
Humildemente, Patricia.
Paraná, 23 de octubre de 2007.
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