domingo, 16 de septiembre de 2007

Rasputín

Por Miguel Hynes (*)

Rasputín era un pecador empedernido. Sin embargo, cuando se postraba en oración, Dios no dejaba de escuchar su ruego. Así que… por qué razón Dios no oiría los míos. Los creyentes, que eran mis compañeros de celda en la Alcaidía de Resistencia, consideraban un despropósito que un materialista ateo se pusiera a rezar. Yo también me daba cuenta de la contradicción, pero nadie es en realidad completamente ateo. Como tampoco los creyentes tienen una fe como para decir: “¡Qué bruto, qué fe que tienen los creyentes!”.
Jesucristo dice: “Si tuvieras la fe del tamaño de un grano de mostaza, le dirías a ese monte. ‘Muévete hacia allá’, y el monte se movería”.
¿Conocen algún creyente que se pare delante de un monte, y diga algo? Yo tampoco.
Así que, contradictorio o no, todas las tardes, cuando los creyentes se ponían a rezar el Rosario en la Alcaidía de Resistencia, yo también elevaba mi ruego en voz alta.
-Señor. Dame una prueba de tu justicia inconmensurable y haz que caiga en cana el arquitecto que diseñó esta Alcaidía. Amén.
La Alcaidía de Resistencia era un lugar peligroso para los presos. La Policía del Chaco estaba a cargo y tenía cierta autonomía de los militares. Esa autonomía la usaban para hacer mérito ante los verdes, de modo que competían para ver quién era más verdugo. Corría 1976 y como no sabían nada de historia, creían que los verdes gobernarían 20 ó 30 años.
Pero al abyecto comportamiento de la policía chaqueña, se sumaba al propio edificio de la Alcaidía, que en su construcción misma ya era verduga.
Los baños siempre tenían problemas pues se trancaban. Pero lo peor era el olor que entraba en las celdas A y B, cuyas rejas enfrentaban a la que hacía de puerta de baño. Solíamos atar a la reja una frazada para que ataje un poco el olor. Pero lo único que conseguíamos era arruinar una frazada. Porque quedaba trasminada de tal forma que se volvía inutilizable.
Si el arquitecto que diseñó la Alcaidía de Resistencia hubiera hecho la puerta del baño dos metros más allá, buena parte de nuestros padecimientos se hubieran evitado. Por eso, todas las tardes, cuando los creyentes empezaban con el Santo Rosario, yo le rogaba a Dios a viva voz que metieran preso al responsable de ese desatino.
Algunos creyentes creían que mi oración diaria era una agresión a su fe. Otros la consideraban legítima. Otros no me daban pelota.
Pero yo no les hacía caso a ninguno. Sobre todo porque la mayoría de los creyentes, creen que es yeta ser ateo, y las letanías sin sentido del Rosario me sonaban más a fórmulas mágicas que debían conseguir una imposible libertad, que a oración en el sentido de conversación con Dios y con uno mismo.
Mi oración, que algunos tomaban como una provocación, era un deseo sincero de que el irresponsable que había hecho ese diseño, comprendiese en toda su dimensión el daño de su imprevisión; y la única forma de que adquiriera real conciencia era estando preso con nosotros.
Un día trajeron un grupo de peronistas de Resistencia, pertenecientes a la Tendencia Revolucionaria. Entre ellos había tres arquitectos, que fueron a parar a nuestra celda.
Cuando esa tarde yo repetí mi diario pedido a Dios, uno de ellos me dijo: “Yo soy el que hizo el proyecto de la Alcaidía”.
Quedé estupefacto. En ese momento no pensé que en realidad no había en Argentina condiciones para que los militantes se oculten por mucho tiempo. Cuando vi a ese compañero detenido, que venía de pasar por la tortura sólo experimenté un gran sentimiento de culpa y una gran vergüenza.
Atiné a decirle: “Perdóneme compañero”.
Por suerte él se largó a reír.
Desde entonces, los creyentes me miraron de otra manera.
Yo por las dudas, todas las tardes pedí por la libertad del arquitecto, y repetí diariamente mi pedido durante los cinco años que estuvo preso.

(*) Nació en Tucumán el 31 de julio de 1950. Murió en Resistencia el 10 de diciembre de 2003. Sobrevivió a La Escuelita en Famaillá, La Jaula de Villa Urquiza (ambas en Tucumán), la U-7 en Resistencia, la U-9 de la Plata y finalmente Rawson. Después de casi una década de encierro, 1983 lo puso en contacto con un país que en nada se parecía al que había soñado.

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